¿Existe algo mejor que sentarse en un sofá, con buena iluminación, sin nada que hacer, y abrir un libro recién comprado?
Yo creo que no. Aspirar su aroma, deleitarse con las primeras páginas, mirar los detalles de la edición, la fotocomposición de la portada, la tipografía utilizada, la textura de las hojas...
Antes de ayer, en la librería Beta de Sevilla, adquirí la magnífica edición de Drácula que ha publicado Mondadori. Conociendo la calidad de publicación de esta editorial, puesto que tengo en mi poder el magnífico volumen de Los Papeles Póstumos del Club Pickwick de Charles Dickens, esta nueva edición del clásico de Abraham (o Bram) Stoker me cautivó hace dos años, y he ido arrastrando el momento de su compra hasta que lo he considerado inevitable.
Cuidada, y muy bien elegida la portada: Abadía en el Bosque de Robles, de Friedrich, lienzo de 1810 que, a pesar de no tener nada que ver, recuerda mucho a la posible localización de Carfax, emblemático lugar en el desarrollo de la historia.
Hace unas horas he comenzado a leer la novela. Y van ya cuatro veces, con lo que se configura, según este criterio, como la más apreciada y amada obra, por encima de El Señor de los Anillos (aunque me conozco más de uno que van ya por la octava). Y no puedo dejar de maravillarme ante el buen hacer del irlandés sifilítico, en unos primeros capítulos, magníficamente redactados, donde paso a paso, e imperceptiblemente, el pobre, recto y un tanto anodino Jonathan Harker, se siente atrapado, asediado y amenazado por la telaraña de crueldad y maldad que el célebre conde ha trazado sobre él. Y me pregunto el porqué esta novela atrapa al lector de tan intensa manera. Porque realmente, el caracter epistolar de la misma dota de una complicidad entre el redactor de los diarios taquigráficos y el lector, que se muestra como receptor del mismo, y que se encuentra en la misma encrucijada que el protagonista, debatiéndose entre la racionalidad puramente británica y el horror innato y ancestral que subyace en el colectivo humano durante siglos explotado. Y llego a la conclusión de que el éxito de la empresa se debe a que, por primera vez en un relato gótico-romántico, no es el mal quien se cierne sobre el protagonista, sino que es éste quien accede a él, impetuosamente, a pesar de haber padecido las diferentes visicitudes que le advierten del riesgo. "Entre por su propia voluntad entre sin temor, y deje aquí parte de la felicidad que lleva consigo".
Un horror que se percibe real, pero que no se muestra, a lo largo de la novela, salvo en contadas ocasiones. Otro de los grandes aciertos de Stoker. Drácula (o Draculea, que significa "hijo del Dragón") aparece brevemente en los primeros capítulos, y luego dos veces antes del desenlace de la historia. Un terror que los personajes padecen, aunque no viven directamente, que se insinúa, que se esconde tras las sombras, pero que deja la puerta abierta a una explicación racional que demuestre que simplemente son víctimas de una hipnosis colectiva. Como bien apunta Fresán, en cierto aspecto existen grandes parecidos con la obra de Tolkien, quien se presume bebió un poco de este manantial, representando al vampiro como terror externo, invisible pero altamente nocivo y amenzante, como el Sauron en Mordor, y configurándose el grupo liderado por Abraham Van Helsing, Mr. y Mrs. Harker, Holmwood, Morris y Seward los precursores de la Comunidad del Anillo, y sobre todo, un Renfield, demente y traicionero, que ha sufrido directamente la ira del conde, un precedente directo del desvalido Sméagol. Y curioso resulta que, siendo todos los personajes modelos a seguir de la sociedad Victoriana (el caballero noble, el procurador, el eminente médico, el visitante americano, el doctor) todos acaben considerándose así mismo unos outsiders, a la altura de la amenaza que tratan de aniquilar.
Sin embargo, mi pasaje favorito de la novela, aquél que, mediante el cuaderno de bitácora del navío Demeter, en el que el capitán del barco narra, con una veracidad que pone los cabellos de punta, como un ser siniestro va apoderándose de la vida del barco, es quizá el momento de mayor tensión de la novela, así como el derroche de sensualidad de la vampirizada Lucy, como la dama de blanco ¿directa alusión al folletín de Wilkie Collins?. Suponemos que, perteneciendo Stoker a la Order of the Golden Dawn los puntos en común con Collins, Poe y Stevenson debieran ser inevitables.
El cine jamás ha hecho justicia a la novela, precisamente por la idiosincrasia de la misma, el ser una novela epistolar. Por tanto, se ha visto forzado a introducir en la escena al vampiro como ser tangible y real, y dotarlo de más protagonismo acercándolo al espectador y negando pues la máxima de que "lo que más se teme es aquello que se desconoce...". Así pues, pese a los logros de Murneau, Fischer o Coppola, las adaptaciones han sido hasta ahora más libres que fieles al texto, y la configuración visual del conde, muy distinta a la descrita en el libro (ese ser de frente abultada, bigote fino, pelo blanco y muy muy delgado, con vellos en las palmas de las manos).
Nada más, si alguno de vosotros no ha disfrutado hasta ahora de la prosa de Stoker, cualquier noche de este verano es un buen momento para, bajo la luz de la luna, invitar al conde a vuestro hogar, vuestras vidas... y vuestra sangre.
Yo creo que no. Aspirar su aroma, deleitarse con las primeras páginas, mirar los detalles de la edición, la fotocomposición de la portada, la tipografía utilizada, la textura de las hojas...
Antes de ayer, en la librería Beta de Sevilla, adquirí la magnífica edición de Drácula que ha publicado Mondadori. Conociendo la calidad de publicación de esta editorial, puesto que tengo en mi poder el magnífico volumen de Los Papeles Póstumos del Club Pickwick de Charles Dickens, esta nueva edición del clásico de Abraham (o Bram) Stoker me cautivó hace dos años, y he ido arrastrando el momento de su compra hasta que lo he considerado inevitable.
Cuidada, y muy bien elegida la portada: Abadía en el Bosque de Robles, de Friedrich, lienzo de 1810 que, a pesar de no tener nada que ver, recuerda mucho a la posible localización de Carfax, emblemático lugar en el desarrollo de la historia.
Hace unas horas he comenzado a leer la novela. Y van ya cuatro veces, con lo que se configura, según este criterio, como la más apreciada y amada obra, por encima de El Señor de los Anillos (aunque me conozco más de uno que van ya por la octava). Y no puedo dejar de maravillarme ante el buen hacer del irlandés sifilítico, en unos primeros capítulos, magníficamente redactados, donde paso a paso, e imperceptiblemente, el pobre, recto y un tanto anodino Jonathan Harker, se siente atrapado, asediado y amenazado por la telaraña de crueldad y maldad que el célebre conde ha trazado sobre él. Y me pregunto el porqué esta novela atrapa al lector de tan intensa manera. Porque realmente, el caracter epistolar de la misma dota de una complicidad entre el redactor de los diarios taquigráficos y el lector, que se muestra como receptor del mismo, y que se encuentra en la misma encrucijada que el protagonista, debatiéndose entre la racionalidad puramente británica y el horror innato y ancestral que subyace en el colectivo humano durante siglos explotado. Y llego a la conclusión de que el éxito de la empresa se debe a que, por primera vez en un relato gótico-romántico, no es el mal quien se cierne sobre el protagonista, sino que es éste quien accede a él, impetuosamente, a pesar de haber padecido las diferentes visicitudes que le advierten del riesgo. "Entre por su propia voluntad entre sin temor, y deje aquí parte de la felicidad que lleva consigo".
Un horror que se percibe real, pero que no se muestra, a lo largo de la novela, salvo en contadas ocasiones. Otro de los grandes aciertos de Stoker. Drácula (o Draculea, que significa "hijo del Dragón") aparece brevemente en los primeros capítulos, y luego dos veces antes del desenlace de la historia. Un terror que los personajes padecen, aunque no viven directamente, que se insinúa, que se esconde tras las sombras, pero que deja la puerta abierta a una explicación racional que demuestre que simplemente son víctimas de una hipnosis colectiva. Como bien apunta Fresán, en cierto aspecto existen grandes parecidos con la obra de Tolkien, quien se presume bebió un poco de este manantial, representando al vampiro como terror externo, invisible pero altamente nocivo y amenzante, como el Sauron en Mordor, y configurándose el grupo liderado por Abraham Van Helsing, Mr. y Mrs. Harker, Holmwood, Morris y Seward los precursores de la Comunidad del Anillo, y sobre todo, un Renfield, demente y traicionero, que ha sufrido directamente la ira del conde, un precedente directo del desvalido Sméagol. Y curioso resulta que, siendo todos los personajes modelos a seguir de la sociedad Victoriana (el caballero noble, el procurador, el eminente médico, el visitante americano, el doctor) todos acaben considerándose así mismo unos outsiders, a la altura de la amenaza que tratan de aniquilar.
Sin embargo, mi pasaje favorito de la novela, aquél que, mediante el cuaderno de bitácora del navío Demeter, en el que el capitán del barco narra, con una veracidad que pone los cabellos de punta, como un ser siniestro va apoderándose de la vida del barco, es quizá el momento de mayor tensión de la novela, así como el derroche de sensualidad de la vampirizada Lucy, como la dama de blanco ¿directa alusión al folletín de Wilkie Collins?. Suponemos que, perteneciendo Stoker a la Order of the Golden Dawn los puntos en común con Collins, Poe y Stevenson debieran ser inevitables.
El cine jamás ha hecho justicia a la novela, precisamente por la idiosincrasia de la misma, el ser una novela epistolar. Por tanto, se ha visto forzado a introducir en la escena al vampiro como ser tangible y real, y dotarlo de más protagonismo acercándolo al espectador y negando pues la máxima de que "lo que más se teme es aquello que se desconoce...". Así pues, pese a los logros de Murneau, Fischer o Coppola, las adaptaciones han sido hasta ahora más libres que fieles al texto, y la configuración visual del conde, muy distinta a la descrita en el libro (ese ser de frente abultada, bigote fino, pelo blanco y muy muy delgado, con vellos en las palmas de las manos).
Nada más, si alguno de vosotros no ha disfrutado hasta ahora de la prosa de Stoker, cualquier noche de este verano es un buen momento para, bajo la luz de la luna, invitar al conde a vuestro hogar, vuestras vidas... y vuestra sangre.