Vale, es viejo, todo el mundo lo conoce, y es largo. Pero coño, es un clásico:
Érase una vez un cazador que un buen día decide coger su escopeta para cazar un oso. Así que se va al bosque, se encuentra un oso, apunta cuidadosamente, y dispara hasta vaciar el cargador. Asombrado, observa que el oso se le acerca, lo que indica que increíblemente, ha fallado.
-Así que no te quedan más balas, ¿verdad?
El cazador, acojonado, asiente con la cabeza mientras traga saliva.
-Bueno, pues sólo se me ocurren dos forma de resolver esto. O te meriendo, o te doy por culo. Tú eliges.
El cazador duda, pero finalmente se baja los pantalones y el oso lo pone mirando para Cuenca.
El cazador, humillado, regresa a su caza soñando con su venganza. Se compra una ametralladora militar y regresa una semana después al bosque, dispuesto, esta vez, a cargarse a ese maldito oso maricón. Tras ardua búsqueda, lo encuentra, y comienza a disparar sobre él, todo desatado. ¡Ratatatatata! Doscientas balas por minuto, y dos cargadores después, la cara del cazador cambia de color totalmente. ¡Ha fallado todos los malditos disparos!
El oso se acerca de nuevo, y le dice:
-Vaya, vaya. Mira a quién tenemos aquí. Supongo que no te tengo que explicar lo que viene a continuación, ¿verdad?
Y, efectivamente, nueva bajada de pantalones y nueva enculada.
Llegado a este punto, el cazador clama vendetta a voz en grito. La humillación sufrida, amén del dolor en salva sea la parte, resulta excesivo a todas luces. Por la gloria de su madre que le va a dar a ese maldito oso lo que se merece. Así que esta vez se prepara concienzudamente durante un mes, adquiere un lanzamisiles último modelo capaz de derribar un helicóptero militar, y entra de nuevo en el bosque, preparado para todo, ciego de rabia. Se encuentra el oso, y sin hacer ruido apunta cuidadosamente utilizando la mira láser, y cuando está listo, acciona el gatillo.
Tras despejarse la humareda, el cazador, blanco como el papel, observa un montón de árboles ardiendo y al oso, indemne, que se acerca. En cuanto llega, se sienta su lado, le echa una mano sobre el hombro, y le mira con una sonrisilla pícara en la cara:
-Venga, seamos sinceros. Tú aquí no has venido a cazar, ¿no?